martes, 19 de octubre de 2010

Yo mismo


Yo mismo siempre será feliz, aunque mis ojos derramen lágrimas mientras escribo…

Yo mismo era un niño de 7 años, un día yo mismo se despertó en la casa de sus abuelos, en aquel pueblo olvidado, era muy temprano y aun no amanecía, salió de sus cálidas cobijas, sintió el inmenso frio del piso y corrió rápidamente a ponerse sus botas azules con suela amarilla, aquellas que al pisar el barro húmedo dejaban la cara de un sonriente payaso impresa. Del cuarto de su tío, donde solía quedarse siempre que iba de visita, salió hacia la cocina, tomo dos galletas de la abuela, las cuales tenían forma de luna y ella solía esconder dentro del horno, saco algo de queso de hoja de la nevera, lo puso entre las galletas y fue al dar el primer mordisco que noto el estar solo en la casa, no le dio importancia y fue a ponerse una sudadera y su saco de lana.

Yo mismo se dirigió a la entrada de la vieja casa, al abrir lentamente la puerta de madera maciza, que no tenia cerrojo sino tranca (una barra de hierro forjado), sintió como la brisa golpeaba su rostro y el aroma de la mañana se adentraba en sus pulmones, vio asomarse por la puerta algo que le ilumino los ojos… muchas personas sueñan con algún día poder tocar las nubes, yo mismo no solo las tocaba, caminaba entre ellas y de vez en cuando intentaba morderlas, era una neblina espesa y hermosamente blanca. Yo mismo puso su pequeña mano sobre la pared de barro y cal, pintada de blanco y azul celeste, salió de la casa, los ojos se le abrieron de par en par y en su rostro una enorme sonrisa se dibujo.


La niebla era tan espesa que solo podía ver unos metros adelante, pero podía sentir la fría brisa en su piel y en su rostro, el cual levantaba para que esta nube depositara en el, las mismas pequeñas gotas de rocío que dejaba sobre el verde pasto, sobre el cual a él le gustaba patinar, también podía sentir el aroma de la tierra y las piedras mojadas, oír el agua correr, bajando por las zanjas…



Yo mismo abrió los ojos rápidamente al notar esto, corrió, entro a la casa buscando un cuaderno de hojas amarillas, casi verdosas, arranco las que pudo de un solo tirón y volvió afuera a hacer barcos de papel, fue hasta la zanja donde el agua corría a borbotones, se agachó con un barco en su mano derecha, no quiso arrodillarse por no le gusta tener las rodillas mojadas, ya que le daba comezón, con su mano izquierda sintió el agua correr entre sus dedos y empujar su mano con fuerza, era la corriente perfecta!, yo mismo volvió a sonreír, soltó su barco y se echó a correr colina abajo mientras perseguía el trayecto de su gran nave amarilla, yo mismo veía como el agua intentaba hundirlo y lo estrellaba con cuanta piedra, terrón o chamizo encontrara, fue al llegar abajo que entro en un túnel (una placa de cemento para facilitar el paso de la gente), yo mismo siguió corriendo pero su barco nunca salió, se asomo a la entrada del túnel y vio como su barco amarillo estaba enredado con las ramas y era hundido cual titanic por el furioso correr de las aguas… despues de tan trágica escena, yo mismo solo pudo echarse a reír.




Luego se fue a caminar por el pueblo, pero había algo extraño en el aire, algo no estaba bien, el pueblo curiosamente estaba desierto, parecía un pueblo fantasma, yo mismo nuevamente no le dio importancia y siguió andando, atravesó los caminos empedrados, llenos de charcos y barro, las cercas y los potreros, luego se dirigió hacia la montaña, se adentro en la enorme grieta que tenia la monumental roca y empezó a ascender, luego de un buen rato, varias caídas, golpes y embarradas llego a la cima, cansado, casi sin aliento, se sentó en lo más alto, pues desde allí podría observar todo el pueblo y ver como las nubes que hace un rato había intentado morder se iban y se desvanecían con el viento.




En ese momento yo mismo era Yo!, un hombre viejo, cansado, de mirada triste, ojos apagados, mi cabello era blanco, mi piel arrugada y llena de manchas; respire profundo para sentirme vivo una vez más, mire de un lado a otro y vi que un pequeño niño de cabello crespo y enredado, piel blanca, lozana, ojos grandes color miel, un saco de lana, una sudadera y unas botas azules, venia subiendo la montaña, cansado y embarrado, pero con una inmensa sonrisa de satisfacción en su rostro por haber llegado hasta allí.


Este niño me vio sentado en la cima de la montaña, se acerco, me miro fijamente a los ojos, me dio un fuerte abrazo que me hizo sentir indefenso, dejándome inmóvil, luego sin decir nada se fue… yo atónito por lo sucedido le pregunte a gritos quien era, el se dio la vuelta, sonrió, se acerco a mí y me dijo: Yo soy… yo mismo, aquel que desterraste al olvido, aquel que frente a tu ira solo podía huir, aquel que con tu desconfianza hiciste correr y con tus problemas quisiste desaparecer, aquel que fue opacado y sumido en un sueño profundo por tu amargura y tu soberbia; hoy después de tantos años, inmerso en la desesperación, tu subconsciente me ha despertado antes que mueras de depresión, pero no te preocupes, siempre podrás ser feliz pues tu siempre serás… Yo mismo…

Fue en ese momento, con mis ojos empapados en llanto que vi el primer amanecer de mi nueva vida junto a… Yo mismo.



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