domingo, 17 de octubre de 2010

Venecia

Fue en una de esas calles de agua que te vi pasar en un bote, con un frondoso vestido dorado, y ocultándote de la lluvia bajo un paraguas del mismo color de tu vestido, mientras yo encima del puente, empapado de par en par, sentí mi corazón detenerse en el mismo instante en que tu mirada se cruzó con la mía y esos hermosos ojos azules se clavaron en mi alma, de mi rostro empapado y mi boca entreabierta  se deslizo una gota de agua que fue a dar a tu mejilla, tú la recogiste con la delicadeza pura de una doncella y la guardaste como el más fiel tesoro de una ilusión. Creí que lo que había visto había sido una ilusión, mas pronto me apresure a mirar al otro lado del puente de piedra, y vi que con la misma premura con la que yo me precipite tu volteabas a verificar si lo que habías visto también había sido una ilusión, no puedo explicar esa conexión astral que sentí en ese momento, pero sé que sentiste lo mismo que yo y mientras el canal te llevaba lejos de mí los dos sentimos la angustia de perdernos estando tan cerca.  Sé que desde ese instante me amaste y yo te ame,  se que desde ese instante mi alma se perdió en esos dos espejos de agua y tu figura de cristal, se que tu deseaste ser las gotas de agua que inundaban mis largos cabellos y mi pecho, nuestro corazones latieron al unisonó de un colibrí, y el tiempo pareció detenerse, hacerse eterno, hermoso y tormentoso a la vez, pues no sabríamos si volveríamos a vernos alguna vez. Ha pasado mucho tiempo desde entonces, ya casi no puedo recordar tu rostro, solo recuerdo tus hermosos ojos azules mirándome fijamente en medio de la lluvia  de Venecia.


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